Corriente; pocas veces un calificativo inserto en el título define tan bien una película. Corriente, tirando a fracaso. Ricardo Darín, muy alejado de sus registros habituales, no consigue mantener en pie una ficción deshilachada que naufraga ayudada por el movimiento excesivo y la inestabilidad de los comediantes, así como por un estresante guión del propio director.

Demasiado evidente el intento de hermanar situaciones del pueblo de Woody Allen (New York), con los problemas existenciales de algunas víctimas del psicoanálisis argentino.
El homenaje que Eduardo Milewicz ha querido rendir aquí al maestro, no me parece a mí que haya sido muy afortunado. La falta de química entre los dos protagonistas ha contribuido a convertir en increíbles y antinaturales circunstancias que deben ser habituales entre una parte de los cultos y engreídos ciudadanos de la República Argentina, que si tienen problemas en España para hacerse entender cuando gritan, ¡no te digo cuando susurran!.