Algo especial tiene Hitchcock cuando hasta en un divertimento sin demasiado recorrido, como es el caso de Alarma en el expreso, nos hace pensar que nos encontramos ante un caso trascendente. Tal vez la colocación de los actores en ámbitos reducidos; la dirección de los mismos, que se creen interpretando personajes de Shakespeare aunque sean revisores de tren; o el convencimiento previo del espectador que, tratándose de una peli del gordito inglés, aparecerán por algún lado el suspense y la sorpresa.

Discreta, bajo mi modesto punto de vista, esta romántica comedieta de espionaje, pero que no carece de cierto interés y curiosidad, factores casi siempre presentes en la extensa obra del maestro inglés, que si no tiene guión para mantenerte en vilo, puede sorprenderte con unos decorados tan artesanos y cromáticos que no te importa que huyan en exceso de la naturalidad.