9 de febrero de 2011
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El desdoblamiento emocional de un tímido y sensible dependiente de nombre Trelkovsky, que cae en un estado de angustia al sentirse acosado por un entorno hostil, lleva a la cámara curiosa del director polaco a captar no sólo el mundo físico de nuestro protagonista, sino también su estado mental: sus paranoias, sueños y pesadillas. El montaje posterior convierte la obra en una chirriante noria que aumenta gradualmente su velocidad, y en la que viajan la ansiedad, el miedo y la locura.
Polanski se encuentra cómodo en este universo de seres distorsionados por la realidad y los fantasmas interiores y pinta sus retratos mezclando ambas dimensiones con un sólo pincel y dos colores: rojo y negro; el primero es de la sangre y el segundo del fondo de un pozo del que nace un grito indescifrable.
Valiosas las aportaciones de Isabelle Adjani, única amiga del inquilino, y de la malhumorada portera (Shelley Winters), así como del casero auténtico que interpreta Melvyn Douglas.
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