Paul Verhoeven filma una película repleta de referentes del cine clásico en su vertiente de guerras, resistencias, delatores, ataques y huidas. Pero lo hace incorporando gestos que le caracterizan como libre autor europeo, introduciendo sexo e ironía en acciones que siempre habían sido consideradas tan serias, que no daban pie a otras posibilidades. Cuando la muerte y el terror a ser descubiertos andan tan próximos, no es exagerado pensar que algunos, de carácter más abierto, se relacionen incluso con el enemigo y hurguen en las afinidades que les faciliten el complejo trabajo de espionaje y venganza.

La misión encomendada a Rachel es extrema y desde una situación cómoda, como la del espectador, increíble la entrega y el sacrificio de ella y los demás guerrilleros. Pero todos intuímos que en medio de un conflicto, o en un callejón sin salida, actuaríamos de forma insospechada.

Lo que queda bien claro, en esta rememoración bélica de la Segunda Guerra Mundial, es que no existen reglas ni lealtades, cuando unos invasores intentan imponer la ley de la fuerza de sus regímenes políticos; ni por parte de los ocupantes ni por la de los desconfiados defensores. La única verdad que flota es que los ciudadanos nunca ganan, sea cual sea el resultado, y las heridas y fracturas permanecen abiertas durtante muchas generaciones.