Thomas Vinterberg, que siempre será cautivo de Celebración, obra difícil de superar; nos plantea una situación, bastante común en nuestros días, y ante la que nadie acaba por discernir verdades absolutas.
Da miedo pensar que cualquiera está indefenso ante la maledicencia y ante sus consecuencias posteriores. La duda que genera en la sociedad actual un mínimo atisbo que pueda involucrar a un adulto en un supuesto caso de abuso con menores, puede efectivamente convertirse en una auténtica caza porque, remedando a Serrat, uno de mi calle me ha dicho que tiene un amigo que dice conocer a un tipo que un día vió cómo un señor miraba a su niña e incluso rozaba a su sobrino; y esto, todos lo sabéis significa lo que significa.

A Lucas, un buen tío, le cae encima una losa que tiene mucho que ver con los pecados imperdonables que todos, y la sociedad se encarga de recarcarlos, habitan nuestras peores pesadillas: el daño físico y moral que alguien pueda hacer a nuestras indefensas criaturitas (lo cierto es que si las criaturitas son de los otros, nos importan bastante menos). Y es lógica la indignación (no tan lógica la indiferencia ante los niños sin suerte), pero ¿la respuesta ha de ser siempre la obnuvilación y la violencia inmediata ante cualquier sospecha?
El paso del tiempo, y también Vinterberg, se encargan de decirnos que si bien la pederastia es un problema irresoluto, el trabajo que se está haciendo para localizar, aislar o inculpar a los autores es meramente retórico y más de una vez puede que paguen justos por pecadores.