Plena actualidad la de este drama de Tony Richardson, escrito por Nigel Kneale, según la obra de John Osborne, en 1958. La furia del joven Jimmy Porter, espoleada por la impotencia de cambiar ni un ápice un mundo cochambroso, explota casi a diario, salpicando de bilis nihilista todo cuanto le rodea, especialmente a los seres que más le quieren. Bloqueado por convencionalismos inexpugnables se desespera vendiendo chuches de la época en un puesto del mercado, intentando autoconvencerse de que está fuera de una sociedad podrida, de que a pesar de su preparación universitaria no colabora con un sistema odioso, aunque sus niveles de frustración no dejan de subir.

La obra de teatro fue estrenada, con notable éxito, en 1956. La puesta en escena de Richarson es deudora directa de la del dramaturgo con el que seguiría colaborando a lo largo de los años. De hecho, Mary Ure, que había conseguido un premio Tony en su recorrido por Broadway, fue también protagonista de la película.
Para los amantes de los cotilleos bisbisear que, el realizador también de La soledad del corredor de fondo, estuvo casado con dos enormes actrices: Vanessa Redgrave y Jeanne Moreau; declaró su bisexualidad en los años 80 y murió en 1991, a los 63 años, por complicaciones a causa del sida.

La interpretación de Richard Burton es portentosa, la furia que en forma de rayos sale por sus ojos es capaz de alumbrar el tétrico y desangelado apartamento en el que malvive con su rendida, y ex-burguesa, esposa (Alison) y su buen amigo galés (Cliff). La llegada de Helena, actriz y amiga de Alison, desencadena todos los demonios que aún permanecían dormidos dentro de Jimmy; demonios que solo consigue aplacar haciendo relinchar su trompeta en las salas de jazz, en los oscuros callejones de la ciudad y en el patio de vecinos.

Y decía lo de plena actualidad, al principio de la crítica, porque 60 años después de ser escrita, el 50% de nuestros jóvenes, con más preparación que sus mayores, mascullan en el paro, la emigración o el subempleo un destino que les asfixia, condicionando toda su vida personal y familiar, y que se instala en su futuro como una injusta condena que hace erupcionar su iracundia.