Gus Van Sant se ceba con el personaje de Suzanne Stone (Nicole Kidman) para dejarnos claro qué piensa de la ambición; a la que quienes la justifican suelen poner el añadido de desmedida, dando por hecho que existen "super-aspiraciones guays". Y no; según la R.A.E. el objetivo de quien la padece es "...Deseo ardiente de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama". Y todos sabemos qué sucede cuando alguien se marca esas metas y qué hace con los obstáculos que se encuentra en el camino, sean seres inanimados o animados.

La actriz australiana está sobresaliente encarnando a esa esposa aburrida que ha trasladado la cuestión erótica palpable, con su fiel Larry Maretto, a ese éxito que nadie se toma en serio pero al que ella sabe que está abocada desde su trampolín de chica del tiempo de la televisión local.

El ridículo no existe para quien no tiene sentido del mismo o está cegado por la luz de la gloria terrenal que, viene a decirnos el director con mucha sorna, no es imprescindible esté reservada a personas talentosas; basta con un poquito de suerte, un pellizco de tiempo, unos gramos de trabajo y migajas de glamour.

Un Joaquín Phoenix, de 20 años, hace notar su inquietante presencia de adolescente obseso en un reparto más que decoroso, aunque puesto al servicio del lucimiento de una Kidman apabullante.