La explicitud de la que hace gala Martin Scorsese, en esta ocasión, convierte en obscena esta negra comedia sobre el sistema capitalista y sus neoliberales fórmulas para "salvaguardar los derechos individuales de las personas". Y lo triste es que tras embriagarte con los excesos de estos magos de las finanzas, que sólo caen de sus pedestales cuando otros más sanguinarios, o tramposos, que ellos deciden que ha llegado su hora, concluyes que no existe la más mínima exageración; que el mundo "civilizado" y dominante tiene como motor esa carroña especulativa que llaman Bolsa y que hunde sus raíces en esa estrecha calle de New York conocida como Wall Street.

El mérito de Scorsese es privar de glamour y banalizar a estos depredadores insensibles, que para mi gusto tienen más de hienas y de buitres, que de otros bichitos más nobles.Y lo consigue, aunque para ello tenga que intoxicarnos con kilómetros de rayas de farlopa, limusinas con canchas de tenis, miles de chicas neumáticas, orgías aéreas, ríos de bourbon...., y cientos de lógicos fracasos personales, cuando se habita un mundo en el que la falta de escrúpulos y la mentira cotizanan al alza, y la amistad y el amor no sirven, al ser materiales que no tienen conversión monetaria.

La impresión que me llevo siempre que veo un film de estas características, en el que se denuncia una situación, intentando afear ciertas conductas egoístas, groseras e imperdonables, es si los demás llegan a mis mismas conclusiones o toman como referentes de buena vida a esta caterva de impresentables, que consiguen ser en la realidad los máximos hacedores de pobreza e infelicidad, apostando por las armas, los plaguicidas, la energía nuclear o por el system of life que les permita seguir consumiendo desaforadamente y practicar esa doble moral tan exportable y tan americana.