En 1978, Terrence Malick, consigue con su segundo film, tras la icónica “Malas tierras”, otra de esas joyas clásicas que ganan con el paso del tiempo. Días del cielo, no solo envejece bien; es que, el añejamiento, le va aportando matices áureos que hacen más sólido y brillante el resultado final de esta crónica de tres buscavidas en los albores del Siglo XX. Tres jóvenes audaces que intentan dar esquinazo a un destino que no pinta de color de rosa, y encuentran en el joven hacendado tejano que les da trabajo, una posible alternativa a su mísera existencia.

La carga metafísica que suele acompañar la obra de Malick, no falta a su cita en esta maravilla visual fotografiada magistralmente por Néstor Almendros. Las circunstancias que modelan el peregrinaje vital de sus personajes, son una especie de maldición que condiciona, con brochazos de negra poesía, el amenazante futuro de todo ser humano; en contraposición con una naturaleza fuerte y también bella; una luz cegadora, matizada por plácidos colores...
En definitiva, el director enarbola una exagerada comparativa, para situar al ser más inteligente de la creación a la altura que le corresponde; que, a los ojos filósofos del enigmático autor, no deja de ser un nivel bastante rastrero.