El sueco Ruben Östlund habla en The Square, sin complejos y hasta con desparpajo, de cosas que se le pasan por la cabeza cuando sacamos a pasear términos tan indefinibles, e imposibles de enmarcar, como: arte, libertad de expresión, educación, tolerancia, justicia, relaciones de pareja...; y de los supuestos límites de cada uno de estos conceptos. Su intención no es la de aleccionar a nadie, más bien la de lanzar imaginarios para hacer reflexionar al espectador, que tan pronto puede sentirse cómplice como víctima de los distintos interlocutores que utiliza el provocador realizador del Norte de Europa; cuestión, la geográfica, que no es óbice para incomodar las conciencias de mediterráneos, maoríes, asiáticos o pernambucanos.

Desde la atalaya de un Museo de Arte Moderno y de Vanguardia pueden visionarse, con suficiente laxitud, distintos "mercados de valores", e incluso apostar por ellos. En este juego especulativo intervienen elementos tan dispares como la ambigüedad, los nuevos tiempos, la globalización, la solidaridad, la imbecilidad generalizada y bendecida, la presión mediática, la viralidad como razón de éxito (que viniendo el nuevo vocablo de ese bichito tan ponzoñoso es bastante inquietante)...

Don Ramón Mª del Valle-Inclán, estoy convencido, no se hubiera sentido tan decepcionado como Boyero tras ver la película, porque el esperpento (figura literaria creada por el gallego hace un siglo) no presupone sentido del humor, al menos que se considere lo grotesco, patético y estrafalario como materias risibles.