El gran mérito de los grandes directores, como sin duda lo fue William Wyler (Mulhouse,1902 - Los Ángeles,1981) es convertir los difícil en fácil y trasladar la sensación de que las cosas, en pantalla, transcurren con muy poco esfuerzo, como si fueran la imparable y engrasada continuación de la vida. Por supuesto que sus rodajes estarían, como todos, repletos de inconvenientes que en ningún momento se reflejan ni en sus obras ni en sus personajes.

La heredera es la historia de una mujer simple y tímida, invadida por los buenos sentimientos y desconocedora de los territorios en los que impera la mentira como arma de supervivencia, y poderío. Catherine será víctima idónea para la maldad, que acecha traidoramente a quienes menos merecen sus dentelladas.
La falsedad, disfrazada de buenos modales, exquisita educación, amores ficticios y venenosas compasiones modelarán la vida de una muchacha demasiado corriente para defenderse en la elitista sociedad de sepulcros blanqueados, a la que pertenecen el influyente cirujano y la tía celestina; y a la que quiere pertenecer el arribista pretendiente.

La conducción del realizador judío, de origen alemán, convierte por momentos esta melodramática novela de Henry James en un thriller en el que el espectador es invitado a adelantar sus conclusiones sobre los protagonistas, como si de una arriesgada apuesta se tratara: ¿son amorosas las intenciones del aventurero?, ¿acertará el padre en sus pronósticos?; y sin que sirva de precedente: ¿triunfará la inocencia?.
Razones tiene de sobra este film romántico para adentrarse en la investigación y resolución de las incógnitas, aunque al final siempre habrá algun listo que mantenga que todo era muy evidente.