Profunda reflexión de Woody Allen sobre la condición humana, la búsqueda de la felicidad y las herramientas que cada cual utiliza en el empeño, dentro de un grupo humano estigmatizado por la religión judía.
La filosofía humorística del gran director neoyorquino deambula exitosa entre graves situaciones, ganadores que no están dispuestos a perder su estatus, fracasos matrimoniales, amores incipientes, soledades incurables, ridículas aventuras sexuales, aburridos burgueses y amistades cómplices (tío-sobrina).

Otro puñado de memorables frases de cine ("Si te dice que quiere compartir ideas, piensa que lo que quiere es compartir fluidos"....) adornan la ficción de los dos personajes centrales que interpretan Woody Allen y Martin Landau y que, siendo muy diferentes, acaban convergiendo y compartiendo pensamientos y culpas. Judah y Clifford encarnan las figuras del triste ganador y el perdedor crónico que por caminos alejados, pero paralelos, dirigen sus pasos a un común destino: el fracaso irremediable; del que sólo parecen salvarse los ignorantes (por inocentes), los profesionales (que olvidan cuando cobran) y los mentirosos camaleones capaces de adaptarse a miles de circunstancias.

Además de una vivisección del ser humano y sus espirituales podredumbres, Delitos y faltas hunde también el bisturí en la justicia, que efectivamente es ciega pero sabe muy bien a quién golpear con su espada: a quien menos oro pone en su balanza.