Saltar de niña a mujer es el reto que se le plantea a una jovencita que pasa de los treinta y que por un serio desafecto con su pareja, que durante los últimos diez años ha sido el proveedor de todas sus necesidades y caprichos, se ve en la calle de la noche a la mañana.
Paula se ve obligada a madurar y a medida que se le van cerrando puertas se le van abriendo los ojos y encuentra caminos que estaban ocultos tras sus fantasías y mentiras narcóticas. Así encuentra los raíles de la autoestima y la dignidad, el aprecio por las cosas pequeñas y la verdadera amistad.

La directora (Léonor Serraille) no oculta defecto alguno de la inconstante, desequilibrada y dicharachera personalidad del personaje interpretado por Laetitia Dosch. Pero esta falta de seriedad queda compensada por la simpatía y humanidad que va desparramando por los rincones de París.
Difícil no empatizar y desear lo mejor a una inofensiva e inocente víctima de su condición femenina, que comienza a darse cuenta que escapó de casa de su madre para ser vampirizada por un hombre, que la ha utilizado como un objeto que ha dejado de ser interesante, pero que recobra valor cuando recupera independencia.