Maggie es una mujer dispuesta a todo para que Olly, su nieto, tenga una oportunidad más de curarse. El tratamiento que necesita no llegará ni por el camino de la justicia social ni por el de la beneficiencia; habrá que trabajar duro para pagar el milagro de Melbourne.
Irina Palm se convierte en la "mejor mano derecha de Londres" cuando descubre que además de para limpiar y preparar el té, unos dedos ágiles sirven para otras cosas.
Si estas dos mujeres se convierten en una, el resultado puede llegar a ser esperanzador.

Sam Garbarski, director de origen alemán, consigue en su segundo largometraje un difícil equilibrio, al plantear un drama social y familiar, que pende de una solución casi cómica. El determinismo de una tímida abuela convierte lo lúgubre en claridad, lo ridículo en meritorio y el sucio dinero en pasaporte para la gloria.
Esta corajuda "aliviadora de cabinas agujereadas" dignifica con su entrega y generosidad todo cuanto toca; y nos hace ver que cualquier trabajo es honrado si el objetivo merece la pena.
Por eso las situaciones no resultan estrambóticas, e incluso cuando el amigo Sam escoge una historia que juega en la frontera de lo increíble, al espectador le parece perfectamente razonable.

La empatía con Maggie es inmediata y el afecto que le tomamos, en poco más de hora y media, es de esos que duran toda la vida.
Y entre las muchas cosas que nos enseña la película, destacar que la epicondilitis (codo de tenista) no solo afecta a los deportistas de élite, también a las campeonas de la vida.

Reseñables las interpretaciones de Marianne Faithfull y Manojlovic.