Nadie posee la verdad absoluta pero todos tienen sus razones, razones de peso, razones de vida. La existencia se extiende más allá del caserío pero tampoco hay que alejarse en exceso de la casa y el árbol (que diría Silvio Rodríguez). El drama cotidiano de la convivencia entre generaciones bajo la muda mirada de la abuela que, más pendiente de las llamadas del bosque, será el necesario pegamento para adaptarse a la esotérica filosofía de los días que fueron y los días que vendrán.

A veces las palabras no sirven, es más, pueden ser armas arrojadizas cuando no sabemos expresar lo que sentimos y las utilizamos para defender posiciones inflexibles, fortalezas pétreas. Como casi siempre, la virtud está entre las posturas enquistadas y no hay sabiduría capaz de gestionar la perfección. Ciertamente el corazón tiene sus motivos que la razón no será capaz de explicar.

Es posible que el director guipuzcoano (Bergara 1969) se reitere en el simbolismo antropológico, pero es natural cuando se quiere subrayar que nada seríamos sin la comunicación con la naturaleza de la que ya forman parte nuestros ancestros, es imprescindible en nuestro discurrir presente y nos perderemos en ella cuando, como la amama de la historia, seamos requeridos en otras estancias.