Costumbrismo italiano del bueno. Del que se respiraba en las calles romanas, y en las de cualquier país mediterráneo, hace 55 años.
Algunos pícaros supervivientes intentan, con subterfugios varios, comer y dar de comer a los suyos, hasta que cae en sus manos un plan fácil, pergeñado en prisión y que tiene que ver con una entidad bancaria, a la que se accederá tras el derribo de una pared de una casa adyacente, ocupada por dos viejas solteronas.

Los futuros hacendados, encabezados por los irrepetibles Mastroianni y Gassman y el maestro Totó, y perfectamente arropados por el resto de comediantes italianos, planearán con minuciosidad, y ciertos problemillas, el golpe que cambiará sus vidas y sus familias. Buenas herramientas, perfecta sincronización, una noche, unas horas y ya está...., al otro lado: el sol, las olas y el paraíso.

Los entrañables mangantes, a quienes les falta instinto criminal, despiertan de inmediato la simpatía y los mejores deseos. Nuestros son sus logros y sus fracasos. Con ellos torcemos el gesto y reímos de buena gana en las propias narices de la mala suerte.
Los días y la vida, sin las necesarias muletas humorísticas, hubiera sido irrespirable en la Italia de la larga posguerra; y la negritud más absoluta hubiera desencadenado imparables tormentas de lágrimas; y sólo hubieran salvado su pellejo, del naufragio, quienes vivían encastillados en altas colinas o eran ya, en aquellos lejanos tiempos, poseedores de yates.
Así pues el humor de esta tierna comedia de Mario Monicelli no es gratuito, es de vital importancia: como el agua de boca, como el oxígeno.

Rufufú juega a parodiar la gran película de cine negro de Jules Dassin: "Rififi", realizada tres años antes, pero en el intento encuentra su propio camino y consigue convertirse en una pieza única, en la que, a poco que te mueva la reflexión, podrás reír y llorar a la par, apreciando tras los hipidos un catártico bienestar.