Entretenido este "dejà vu" de Sherlock Holmes que aporta como detalle más novedoso la estética del cómic, convirtiendo en saltarines atletas a dos individuos de quienes sólo intuíamos su musculatura cerebral. Watson y Holmes no han perdido, en esta versión de Ritchie, su olfato y su capacidad, sobre todo el segundo, para ir tres movimientos por delante del resto de los mortales; pero se toman su trabajo y afición como un divertimento más físico que intelectual.

A quienes conocimos hace tiempo al investigador de la lupa y la niebla, tal vez se nos haga más difícil colocarle la etiqueta de super-héroe gamberrete, porque le recordamos como un perfecto caballero capaz de mandar al infierno a cualquier malvado, sin manchar su gabán, ni descolocar su gorra de paño. Para las nuevas generaciones, no obstante, esta película es un interesante ejercicio de presentación de una de las parejas cinematográficas (nacieron con el cine, sobre 1890, en la pluma de Conan Doyle) más efectivas del género de detectives, capaces de poner colorados a todos los CSI y de dinamitar sus infalibles conclusiones basadas en las pruebas de ADN.
El resurgir postrero del hombre que juega con las piezas negras, el profesor Moriarty y su agilísima mente criminal, garantizan que habrá al menos segunda vuelta.