Tras ver Ciutat morta, yo, que bien podría ser padre de las víctimas y de los torturadores, me agarro con angustia, pero con esperanza, a ese cabo que conduce a la verdad que me lanzan tanto los directores del documental como aquellos que no han tenido inconveniente en aparecer, venciendo al miedo e incluso a la muerte, ya que Patricia Heras nunca estuvo tan viva.

Una vez escuchados los testimonios y la falta de ellos, una vez que los hechos se instalan en nuestra cabeza y conocemos a algunos de los protagonistas de esta atroz pesadilla, es cuando comenzamos a dudar de que estemos en el buen camino; de que la calidad democrática supere la mínima nota, la que la población da, por cierto, a la mayoría de nuestros líderes políticos; y de que el pueblo tenga algo más que decir, el resto de los días de los cuatro años que siguen a la jornada electoral que toque (general, autonómica o municipal).

Cuando aquellos a quienes aupamos a puestos de dirección se convierten en insensibles y sordos tiranos; cuando aquellos a quienes pagamos para que nos defiendan (todos hijos del pueblo) nos muelen a palos; cuando las versiones oficiales huyen de la verdad metódicamente, a sabiendas de que la propaganda de Goebbels era efectiva, convirtiendo por repetición la mentira en cierta; cuando la justicia es patrimonio de seres con peluca, que viven en nubes, alejados de los mortales; cuando llevar corbata es tener buena pinta y lucir pendientes y un galgo te coloca a la sombra de la sospecha......... Entonces, cuando todo esto sucede, cuando las cosas se hacen así de mal, consideraos zombies trastabillando en busca de la libertad; viváis en Barcelona o en Torremenga de la Vera.