Aunque, sin duda, para lo que se hacía en la época es una obra más que digna, no deja de estar ligada, para mi gusto, a una intencionalidad propagandística: hacer desistir a los desertores del arado que estaban acentuando su empeño de recalar en las ciudades, abandonando las durísimas condiciones del campo. Bien escrita, no en vano las únicas plumas servibles, y serviciales, que quedaron en España eran falangistas; y bien realizada por una de los creadores cinematográficos del régimen más considerados pero al que no faltaron críticas de los más ñoños. La Iglesia, militares y otros temerosos de Dios, reprochaban a José Antonio Nieves que en su afan por convertirse en la punta de lanza del neo-realismo español contara las cosas tal y como estaban sucediendo.

En el guión de Surcos, en el que también colaboró el buen narrador Torrente Ballester, se cuenta como el núcleo familiar de unos ignorantes labradores puede resultar dinamitado al cambiar de hábitat y establecerse, cerca de unos paisanos ya "adaptados", en la capital. La realidad, en efecto, resulta violenta para unos inocentes pueblerinos sin cualificación alguna. Y la verdad siempre resulta revolucionaria y peligrosa, aunque salga de equívocas gargantas que albergaron (por miedo o convencimiento) ¡vivas! a Franco.