Los mejores, cada vez queda más patente, no son solo quienes triunfan; hay muchos que, sometidos a menos presiones, modas y estándares, son capaces de crear con mayor libertad, sin venderse a la comercialidad o a la tiranía de los mass media. Son, en realidad, los auténticos referentes, la gente a la que quisiéramos parecernos; porque la auténtica gloria es la que nos hace sentir satisfechos con nosotros mismos, y esto se consigue haciendo lo que te gusta, y no complaciendo a las masas.
En esta lógica, aunque singular, filosofía flotan los Hnos Sparks a lo largo de los últimos 50 años. Su música experimental que en muchas ocasiones, a posteriori, se convirtió en auténtico movimiento que otros aprovecharon, es el resultado de su inspiración y estado de ánimo; nada que ver con las imposiciones de las multinacionales discográficas y los productores sagaces.

Es cierto que Ron y Russell no consiguieron tomar el tren del triunfo decisivo, pero fue porque ya no se encontraban en la estación; estaban tres paradas por delante, abriendo brecha, arriesgando con nuevas propuestas, cabreando a quienes querían convertir su arte en dinero.

El conocimiento, a través de este documental de Edgar Wright, de estas raras avis californianas, ha sido un agradable encuentro con unos tipos que creíamos extintos.
Me sumo al agradecimiento de quienes han bebido de sus melodiosas fuentes, sobre todo por no haber claudicado en los peores momentos.

El ritmo, por momentos apasionado, con el que el director introduce informaciones, testimonios, declaraciones e históricas actuaciones, se funde polifónicamente con los sonidos que todo lo inundan, arrastrándonos en un largo viaje que nos resulta brevísimo.