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España España · Santander
Voto de Simsolo:
9
Comedia. Drama Christine (Saoirse Ronan), que se hace llamar "Lady Bird", es una adolescente de Sacramento en su último año de instituto. La joven, con inclinaciones artísticas y que sueña con vivir en la costa Este, trata de ese modo encontrar su propio camino y definirse fuera de la sombra protectora de su madre (Laurie Metcalf). (FILMAFFINITY)
22 de marzo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay nada más equívoco que juzgar películas según las expectativas del momento. La opinión se puede decantar por una mera cuestión de simpatías u odios ajenos al hecho cinematográfico en sí. Yo hace años que dejé de hacerlo, lo cual implica ver películas al cabo de un tiempo y valorarlas en su nueva desnudez. No había visto, obviamente, “Lady Bird”. Contemplada ahora, sin los fuegos artificiales de su estreno, me llama la atención el encadenado de decepciones con que fue recibida por muchos en estas páginas. Se la juzga como artefacto feminista, como insuficiente en sus trazos más básicos, como pequeña e insustancial. Una película del montón fácilmente olvidable, ensalzada por una coyuntura. No he visto nada de eso. “Lady Bird” es, afortunadamente, un filme menudo adrede, con todas las consecuencias que eso supone. Su belleza reside en la asunción de una realidad fílmica fabricada con lo mínimo. No quiere ser más, pero no se trata de conformismo. Derrocha una sensibilidad que, por lo visto, debe estar o cifrada o resultar tan obvia que, según algunos, empalaga. Yo me quedo con la naturalidad, no solo de sus intérpretes, sino también de la cámara. Y sobre todo con la escritura, algo de lo que carecen docenas de estrenos temporada tras temporada.

Hablando de diálogos, los de Lady Bird rozan el arte. No tratan de reflejar la vida –lo cual es imposible, puesto que todo arte es artificio- pero consiguen que las emociones afloren tras cada escena, que la adolescencia y el paso hacia las decepciones adultas (el último plano de la película lo anuncia) sea un bien universal. Una herencia de la edad. Puedes reírte, emocionarte o sonrojarte con lo que sucede, y eso está bien. Es un logro. La película desborda esa levedad visual ajena a las artimañas de directores más curtidos, dueños de un estilo en ocasiones redundante. No es una película redicha. Fluye dentro del lecho que ha elegido golpeando suavemente las orillas. Aquí y allá, en sus meandros, va dejando reflexiones, pesares que poco a poco la descarnan y enturbian la corriente. No hay complacencias. La vida es así. Una sucesión de elipsis magníficas lo atestiguan: los finales son nuevos comienzos. Los ritos de la edad, como obtener el carnet de conducir y redescubrir lo viejo, resultan inapelables. Crecer es una carrera de relevos con uno mismo. Se hacen las maletas. Los nombres de los chicos ideales desaparecen bajo una capa de pintura que también se ajará. La figura del padre, atenazada por el fracaso, será el reposo de una criatura tierna en su sinceridad. Todo ello en noventa y cuatro minutos. El destilado de un arte que, cuando la premura de la publicidad y las expectativas no vendan nuestro ojos, solíamos llamar cine.
Simsolo
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