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España España · Salamanca
Voto de La Maga:
6
Drama Basada en una historia real. Después de haberse retirado del boxeo, James J. Braddock decidió volver al cuadrilátero, en la época de la Gran Depresión, para poder alimentar a su familia. No era un boxeador con talento, pero su coraje, sacrificio y dignidad lo llevaron hasta la cumbre. (FILMAFFINITY)
26 de diciembre de 2006
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cinderella Man es una buena película, llena de corrección y aroma clásico. Pero también es un film fácil y complaciente, pensado para plateas necesitadas de identificación inmediata. La historia de James L. Braddock, real como la vida misma, marca un punto de inflexión en el boxeo: el espectáculo llega, cual apisonadora, para borrar todo rastro del alma. A la espera de la adaptación de El código Da Vinci, el triunvirato formado por Crowe, Howard y los guionistas Hollingsworth y Goldsman se reúne de nuevo tras Una mente maravillosa para asestar otro golpe a los premios de la Academia.

Es normal que existan recelos previos ante películas de boxeo. No faltan en esta cinta ingredientes tan pugilísticos como un promotor usurero y ambicioso, un periodista maquiavélico y malintencionado, el malo malísimo, el manager enrollado, la esposa atenta y sufridora, la adrenalina de los combates, el manido discurso sobre el sueño americano… Si además a esto le añadimos una fealdad y decadencia dickensianas, con el frío, el hambre, las colas de beneficencia, la enfermedad infantil y los enfrentamientos entre huelguistas y policía propios del crack del 29, lo que tenemos es la prototípica historia de superación en circunstancias difíciles.

Con estos mimbres, el autor de Splash y Willow parece fabricar cosas nuevas por momentos. Howard se muestra más artesano que nunca en la puesta en escena. Los lugares comunes del cuadrilátero, unidos a la austeridad de Crowe y la magia de Paul Gaimatti (Entre copas, American Splendor…), le sirven para crear, sin fatiga, con elegante clasicismo, un puñado de escenas memorables en torno a la dignidad humana (Braddock pide limosna en el bar del Madison, Braddock observa a Max Bauer desde el pasillo, sintonía público-Braddock durante el combate).
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Sin embargo, su tendencia a la sensiblería – sólo hay que fijarse en la ñoña Reneé Zellweger -, a la búsqueda de trascendencia y conmoción, resta potencialidad y crudeza al discurso imperante: la necesidad de heroísmo, de símbolos para el barrio, en épocas de descreimiento. Es decir, lo que nos encontramos es una lacrimógena componenda de tópicos.

James J. Braddock fue estibador y mendigo al mismo tiempo. Este irlandés lo perdió todo, incluso su fe, pero como no era un gran boxeador, sino una gran persona que boxeaba, se convirtió en ídolo e icono de esperanza para la clase menos pudiente. Ejemplo para los parados, un sueño con el que olvidarse para los pobres, luchó por necesidad, no por vocación. Su caída desde la cumbre, su calvario y resurrección le enseñaron a utilizar ambas manos para agarrarse a una segunda oportunidad, aquélla que en medio del sufrimiento continuo le ayudó a convertirse en héroe de los desheredados de Nueva Jersey. Ya lo dijo el cronista deportivo Damon Runyon, es cinderella man, pues su regreso fue como un cuento de hadas, y cuando devolvió los subsidios, pasó a ser Gentleman Jim.
La Maga
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