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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
4
Terror Un periodista en horas bajas descubre una serie de aparentes milagros de una joven que dice haber sido visitada por la Virgen María, milagros acaecidos en un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra. El periodista intentará tener la exclusiva de la historia para devolver su carrera al estrellato. Lo que desconoce es que estos milagros esconden una cara mucho más oscura de lo que él cree. (FILMAFFINITY)
5 de junio de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tal y como dice la cita bíblica, cuídense de falsos profetas. Cuídense de Evan Spiliotopoulos, director de Ruega por nosotros, y profeta de un Sam Raimi cuyos milagros como productor de cine de género son dudosos. El que acertara produciendo la cinta de Eco-terror Infierno bajo el agua (Alexandre Aja, 2019) apuesta por un producto de estudio prefabricado de terror católico que funciona como thriller sobrenatural y al que le es imposible alcanzar, si quiera, a precedentes tan directos como El exorcismo de Emily Rose (Scott Derrickson, 2005). Disfrazado de oveja, Raimi actúa como un lobo rapaz acechando codiciosamente la taquilla mientras aprovecha el tirón de la saga planteada por el malayo James Wan desde Expediente Warren: The Conjuring (2013), brindándonos regalos envenenados estrictamente alejados de la originalidad con la que el director de Posesión infernal (1981) deslumbraba en los inicios de su carrera.

Basándose en la novela de James Herbert Shrine (1983), Spiliotopoulos nos narra la correría de Gerald ‘Gerry’ Fenn (Jeffrey Dean Morgan), un periodista venido a menos que ahora se dedica a la investigación de casos irrisorios por un puñado de dólares. En uno de esos llamados, acude a Banfield, región rural de Nueva Inglaterra sumergida en la fe católica, lugar donde conocerá a Alice (Cricket Brown), una joven sordomuda rehabilitada por supuesta influencia divina en la que contempla el milagro de restituir su fama perdida. Pero allá donde está Dios, el Diablo lo sigue de cerca.

El debut bajo la dirección del guionista griego Evan Spiliotopoulos sigue el pecaminoso camino del terror comercial a base de historias dignas de Cuarto Milenio y jump scares que encuentran la comodidad en un aburrido ejercicio descriptivo de apariciones marianas y milagros, y sus consecuentes repercusiones sociales en una era en la que los falsos profetas proliferan en unos medios de comunicación cada vez más pervertidos como son el periodismo y las redes sociales. Es a través de esta evidente y reiterativa crítica con la que se trata de dar solidez a un argumento ausente de originalidad perdido entre el terror gótico y el thriller sobrenatural demasiado empeñado en parecerse a los mejores trabajos de Wan como director pero que, para su infortunio, encuentra más similitudes con la desdeñable La monja de Corin Hardy (2018).

La duda y la fe, esa dualidad imposible de esquivar para cualquier persona, va a ser el molde con el que Spiliotopoulos produzca en masa todos y cada uno de los personajillos involucrados en la historia desde una profundización ínfima y superficial en sus psicologías, absurdamente desligada de abordar uno de los mayores conflictos humanos desde perspectivas científicas, filosóficas o religiosas desarrolladas para mejor diseño del núcleo narrativo, y, obviamente, para mejoría de sus planos personajes y el trato de la incertidumbre como fuente constante del miedo. Esto último es algo que hace terriblemente mal. El espectador tiene que participar de forma activa, en armonía con los personajes, en el proceso de la duda para generar temor. Esa duda nunca surge porque literalmente, desde el arranque, el director se encarga de hacernos conocer de manera explícita el origen del mal y, por lo tanto, cómo va a emplearse durante el resto de la película.

De lo único que gozan los personajes, al menos los tres principales ya que el resto no aportan nada al desarrollo del argumento, son de buenas interpretaciones que permiten una mínima conexión con ellos. Jeffrey Dean Morgan sigue con su pésima racha en películas mediocres desde Desierto (Jonás Cuarón, 2015) o Premonición (Afonso Poyart, 2015), ahora como espíritu de redención y reflejo de los medios de comunicación en esta Ruega por nosotros creíble y solvente. Spiliotopoulos también cuenta con un veterano como William Sadler interpretando al Padre Hagan que siempre es un placer ver en pantalla, y con una joven Cricket Brown bastante bien en su papel. Pero ni esta Santísima Trinidad consigue dotar de gracia a la película. El terror se presenta de formas abruptas y forzadas, y se resuelve de formas todavía peores con perpetuos deus ex machina de los que quiero concebir su utilización como la presencia constante de la voluntad de Dios dentro de la ficción del filme.

Se cuenta con muy poca elaboración de la atmósfera después del interesante primer acto más allá de incidir, repetidamente, en la iconografía religiosa adulterada por la presencia del mal que refuerza la crítica esbozada por el griego hacia los medios de comunicación. ‘El diablo siempre mezcla verdades con mentiras para así confundirnos’ citaba el Padre Merrin (Max von Sydow) en la obra maestra El exorcista (William Friedkin, 1973). Aquí, esa máxima se transcribe en las imágenes y manifestaciones divinas, concebidas como verdades inapelables, pero corruptas en el fondo por la intervención del mal en una búsqueda incansable del engaño como vía hacia el poder, a la orden del día en periódicos y redes sociales. Aunque esto no está nada mal, tiene un carácter puramente narrativo hospedado en las implicaciones sociales del filme en detrimento del relato de terror sobrenatural, el cual tiende a quedarse marginado.

Ruega por nosotros es una película de buena fe, pero a la que le faltan buenas, y originales, acciones. (3.5).
Tiggy
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