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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
5
Aventuras. Western. Comedia. Romance Año 1900. George Pratt (Stewart Granger) y Sam McCord (John Wayne), dos buscadores de oro, se conocen en una ciudad de Alaska y entre ellos surge una gran amistad. Después de haber encontrado oro, George le pide a Sam que vaya a Seattle y le traiga a su novia para casarse con ella. Cuando Sam llega a la ciudad, comprueba que la novia de su amigo ya se ha casado, así que decide regresar con Angel (Capucine), una bella francesa a la que ... [+]
1 de agosto de 2020
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alaska, tierra de oro es un romance con toques de comedia visual desarrollado en los albores de la fiebre de oro estadounidense. Henry Hathaway dirige este pobre largometraje junto la leyenda llamada John Wayne, con la que volvería a colaborar nueve años más tarde para hacerle ganar el Óscar por el mítico personaje de Rooster Cogburn en Valor de ley (1969). La historia, basada en la novela de Ladislas Fodor, nos sitúa en una pequeña ciudad de Alaska en festejo por la riqueza atesorada por Sam McCord (John Wayne), su socio George Pratt (Stewart Granger) y su hermano pequeño, Billy Pratt (Fabian), por una suerte de mina encontrada y repleta de oro. Por ello, Sam se embarca hacia Seattle por petición de George con el objetivo de conducir a su enamorada hacia Alaska para emprender una fructuosa vida de pareja. Pero, tanto en la ida como en la vuelta, el destino de los dos buscadores de oro cambiará por la aparición de una seductora mujer francesa, ‘Angel’ Michelle Bonnet (Capucine) y un tramposo local, Frankie Canon (Ernie Kovacs).

Parece mentira que esta gran y menesterosa producción pertenezca al viejo Hathaway, ese director que me embaucó llevando a la gran pantalla a ese alguacil del diablo llamado Rooster. Con un título de marqués a su sombra, Hathaway siempre se caracterizó por su fuerte carácter, representado en los protagonistas de sus obras, como Rooster o Sam, y, a pesar de ser recordado como un director menor dentro de la edad de oro de Hollywood, es prodigiosamente recordado por algunos de sus wésterns y por la capacidad que tenían sus películas de llegar al gran público, llenando salas.

Con esta pícara aventura de amores y desamores el principal problema que tengo es la incapacidad de creerme ninguno de los géneros en los que se mueve. Como aventura no cala por el hecho de que la travesía es una mera excusa para comenzar un planteamiento amoroso entre dos personajes, predecible y rara vez interesante, que constituye un desarrollo extremadamente largo con escasa intriga y nulo sentimiento, antojándose muy forzado tanto en diálogos como en las acciones de los protagonistas, una de las razones por las que tampoco consigue engatusarme como romance. La otra razón es una mala construcción de los personajes secundarios, Billy y George, que se nos presentan en el lanteamiento, se olvidan completamente en el desarrollo y se retoman con un entusiasmo imposible en el desenlace, creando un triángulo amoroso con Angel en medio imposible e inverosímil, que destroza la poca química que mantenía Sam con esta. De wéstern tiene exclusivamente la época de ambientación (1900), que es colapsada por una escenografía demasiado exquisita para transmitir la atmósfera característica del género. Por último, tenemos la comedia, casi exclusivamente visual, que se asemeja a la de los hermanos Marx distando mucho de ingenio. Aun así, el conjunto se antoja como un nimio entretenimiento.

Entre el amor idílico, el amor platónico, el amor sexual y la amistad danzan los cuatro guionistas, casi pareciendo que cada uno tomara el rol de cada uno de los cuatro engranajes sobre los que se mantiene la engrasada maquinaria de la afección; el idealismo de amor conyugal representado por el mal de amores de George, el amor platónico por una Angel engañada por sus esperanzas, el amor loco lleno de sensualidad propio de la pubertad de Billy y, por último, la amistad antepuesta ante todo lo demás, estandarte de Sam. Capucine y El Duque saben manejar los sentimientos a la perfección, donde el principal problema reside en un guion que se retuerce como una culebra de agua en su charca, en una charca estancada, en la reiterativa y vacía idea de querer ser reflejo de una época tomando la perspectiva de una mujer de mala vida enamorada de un triunfador extranjero, ambos huecos por falta de afecto, para alcanzar la felicidad. Esto se estira hasta unos límites insospechados para acabar teniendo una porquería de final que no excusa los trapicheos con Cupido que han mantenido sus personajes principales para llegar a ese punto. Como contraparte actoral tenemos a Fabian y Stewart Granger, con interpretaciones histriónicas, personajes que no acaban importando a pesar de la subtrama que da sentido al personaje de Wayne, la mina de oro, la única en la que tienen algo que aportar, pero no llegan a colmar el vaso con el suficiente líquido para que desborden llamándonos la atención. Todo sumado a un extremo metraje de 122 minutos que resulta extenuante para lo que se quiere contar. Hay una pequeña porción de humor que funciona, entre otras cosas, por ser tan vulgar a la hora de simular indiferencia en los diálogos de Wayne.

Hathaway hace una dirección pésima con un montaje innombrable, con cortes y transiciones que muchas veces no tienen ni un ápice de sentido y rompen la continuidad de las imágenes, siendo estos en escenas de conversación cuya única labor habría sido mantener el plano/contraplano o los planos medios dorsales. Otro ejemplo es la secuencia del único tiroteo que hay en la película, a lo que se suma una edición de sonido cochambrosa que destroza todo el valor argumental que tenía el momento con respecto al primer arco del desenlace. He de decir que la escenografía está muy cuidada, y se ve preciosa gracias al uso del cinemascope propio del gran estudio que produjo esta obra: 20th Century Fox. La música me cuadra, pero no tiene consistencia para retratar la época histórica alternando entre la música country utilizada en los créditos iniciales con composiciones clásicas del wéstern. Aun así, se desenvuelve bien al puro estilo circense en las clásicas ‘peleas de taberna’, marcando a duración y ritmo de estas a pesar de lo mal rodadas que están.

Diría que es una película para pasar el rato, pero es un rato que se hace demasiado largo de aguantar hasta para un ferviente fan de John Wayne como es un servidor. Espero que esto sea solo un bache en la filmografía del marqués que me obsequió con esa gran película titulada Valor de ley.
Tiggy
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