Normalmente no me entusiasma el cine escandinavo. Suele ser frío pero sin alma. Y esta película es fría sí, tan fría como sus paisajes, pero el alma palpita desde el primer minuto. Y la escuchas.

En una de esas poblaciones suecas tan de Henning Mankell, donde el estado del bienestar deprime a sus habitantes, un tal Tomas Alfredson le pega un mordisco a la monotonía con un peliculón que mezcla géneros como vampírico, romántico y hasta cine negro.

Pero lo más destacable del film es lo bien rodado que está. Nunca unas ventanas habían expresado tanto desde "Doctor Zhivago". Hay una combinación de rojo glacial y blanco carmesí absolutamente absorvente. Y es prodigioso como se imbrica el sonido en lo relatado.

Habrá que seguir a Alfredson después de esta elegante y deliciosamente terrorífica película.