Con Una historia del Bronx, De Niro logró realizar un interesantísimo retrato de la juventud, de la honestidad y de los héroes, y de ese barrio neoyorquino tan célebre. Demostró que era un realizador a seguir, alguien que podría tener un futuro interesante detrás de las cámaras, pero su problema radicaba en que la puesta en escena estaba calcada a la de su mentor Scorsese. Aprendió a hacer cine con los directores para los que trababaja, lo que pasa es que no se quedó en la base y directamente "copia" a esos directores, y eso se confirma con la fallida El buen pastor, donde toma un referente que le queda en exceso grande: el Padrino. La cinta de Coppola ha marcado el (buen) cine moderno, y esta cinta de espionaje, fría y distante hasta el extremo, es prueba fehaciente de ello. De Niro es incapaz de separarse de su modelo y de dar a la cinta un espíritu propio, y es que es, en cierto modo, traspasar a los Corleone al ámbito de la CIA, su creación y su posterior expansión hasta alcanzar el grado de tragedia griega.

El guionista comete un error tremendo: no hay un tema principal sobre el que se pueda estructurar la historia, y alrededor de él ir abriendo las tramas de los diferentes personajes. Hay demasiadas historias secundarias en las que ninguna tiene la suficiente forma como para ser el hilo central de la narración, por lo que el conjunto final desfallece al no encontrar un nexo de unión entre todas las partes. Un guión debe contar con varios puntos de inflexión que hagan que la trama se desarrolle, y aquí hay excesivos puntos de inflexión. Es un error el querer meter tantísimos personajes, tantísimas situaciones que no aportan nada a la historia y sí provocan la confusión del espectador, puesto que en algunos casos no se deja claro qué papel juegan esos personajes en la película. Es un retrato perfecto del espionaje, de la confusión que viven los personajes, pero hay que hacer que esos personajes estén confundidos dentro de la historia, el espectador debe seguir siempre claramente todos los detalles.

Tampoco De Niro se toma respiro para aparcar la narración y centrarse en que los personajes vivan la situación, todo va demasiado rápido y al final acaba ahogándose por su falta de clarividencia. Es una película cuya puesta en escena es correcta, a la que resulta difícil buscar fallos, pero a la que es bastante difícil encontrarle un punto de genialidad, aunque, sin embargo sí se le puede encontrar alguna que otra escenita bochornosa. Con algunos errores de cásting enormes, añadido al ya comentado escaso desarrollo de los personajes, hacen que estos queden casi sin vida dentro de una historia que parece venirles grande a todos. De Niro ha demostrado con esta cinta que es un director meramente correcto, que, como Tarantino, tiene demasiados referentes de los que no coge si no que copia, y es incapaz de entregar algo medianamente decente.