Thriller surcoreano con todo lo bueno y lo malo que suele llevar el cine de ese país. Una madre lleva años buscando a su hijo desaparecido. Al final, una pista la lleva a un poblacho pesquero donde solo encontrará personajes deleznables viviendo en un micromundo execrable.

Si algo sabe hacer el cine de Corea del Sur es abordar sin tapujos las miserias de su aparentemente opulenta sociedad. Y junto a ellas, las de sus fuerzas del orden, en este caso representadas por un policía al que llamar corrupto sería hacerle un favor. La protagonista llega a un pueblo costero en el que la moral y la humanidad parecen haber desaparecido. Llega buscando esperanza y se encuentra con perversión y podredumbre. No es un film que nos vaya a hacer recuperar la confianza en el ser humano.

Ese retrato aplastante de como un grupo de personas ha dejado de lado cualquier atisbo de empatía y solidaridad es lo más desolador. En el debe tenemos los habituales histrionismos del cine surcoreano, aunque en este caso perdonamos la sobreinclinación al melodrama, ya que la dureza de la historia lo justifica. No es la gran obra de ese país, pero entra dentro de las recomendables.