En ningún momento de esta película se nos dice cual es el trastorno que sufre su protagonista. Los hay que aplauden esta decisión pero perfectamente aceptable sería que hubiera opiniones en favor de una visibilización más explícita del TLP, borderline para el común de los mortales. Ana trabaja como auxiliar de enfermería, se preocupa por los demás a ese nivel pero es incapaz de gestionar su vida y sus emociones. Un desastre en las relaciones sociales y un bloque de hielo para sus seres queridos, los pocos que le quedan. Se autolesiona, cae en adicciones, padece insomnio y desea morir; la vida es un infierno para ella. No es mala relación de síntomas para en trastorno psiquiátrico que la aqueja, el cual le provoca lo que más teme: el abandono.

Impresionante la labor interpretativa de Marian Álvarez, aunque es una actriz aquejada del mismo mal que no pocos actores españoles jóvenes: la mala vocalización. Si tienen ocasión de ponerle subtítulos a la película no lo dejen pasar, aunque es algo que tendrán que hacer con el 70% del cine patrio. Pero transmite esa angustia, esa desesperación y esa ansiedad tan habituales en los TLP. Lo peor de la cinta es su austeridad. No hay historia, es casi un documental cámara en mano, en que se nos va mostrando el día a día de Ana, sin que sepamos más de su vida, como empezó su trasiego, si su enfermedad tuvo un origen, comom empezó a lidiar con las consecuencias... No se profundiza en ninguno de estos temas, sobre todo en lo tocante a una desaprovechadísima Rosana Pastor, en el papel de la madre. Más allá, al menos, de una breves conversaciones con una amiga y con el padre, tan breves que hay que imaginarlo todo, y ni siquiera con la seguridad de acertar.

Respeto el recurso como opción cinematográfica, pero no es una película cómoda de ver, en todos los aspectos. Resulta demasiado fría y no creo que remueva mucho a los no familiarizados con el TLP ni represente un gesto de empatía o reconocimiento a los que sí lo están e incluso lo sufren.