Esta es de esas películas que desearía que me hubiese gustado más, teniendo todos los mimbres para ello. Se configuraba como enorme en su comienzo para luego ir descendiendo a medida que su excesivo metraje avanza. En la Tasmania colonizada por el Imperio Británico, una convicta irlandesa sufre la traumatica pérdida de su familia mientras es violada por un oficial inglés. Presa de la rabia y sin nada que perder, saldrá en busca de los soldados que asesinaron a su familia en compañía de un guía aborigen.

El comienzo es brutal y consigue que nos removamos en el asiento de pura incomodidad. La escena de la violación es perturbadora y es el colofón a la escalada de desgracias que sufre la protagonista. Los soldados quizá estén algo estereotipados, incluido el que se muestra incómodo por la violencia desatada pero es demasiado pusilánime como para oponerse. Aunque no dudo que una potencia colonizadora en el siglo XIX contara con animales semejantes en sus tropas. El glorioso imperio británico, dejando huella allí donde va.

De hecho, aunque la historia trata de Australia, no hay pocas alusiones a la condición irlandesa de la prota, lo que supone un punto de conexión entre ella y el guía aborigen. Doblegados y humillados por el mismo imperio. Y acierta la cinta en mostrar a la Clare del comienzo con los mismos prejuicios raciales que los ingleses.

Lástima que tras el primer encuentro con los soldados, durante la persecución, asistamos a una caída de ritmo derivado de la evolución del personaje de Clare. No sabemos si es producto de los remordimientos al cometer su crimen, si por el trato con el aborigen Billy o por ambas cosas, pero es cierto que desde ese punto la película se acomoda en un valle, y no volvemos a tener picos como el inicial. Como estudio del personaje tiene su valor; de cara al espectador es poco agradecido, ya que la expectativa creada era soberbia. No obstante, es un drama colonial apreciable que merece la pena verse.