Drama psicológico con solo dos actores y un escenario, tinglado que por momentos resulta algo escaso. El heredero de un imperio hotelero es un pringado que necesita de una dominatrix que le saque del embrollo de vida en que le ha metido nacer en una familia de ricos. No sabemos bien hasta que punto lo de ella es un papel ad hoc o tiene intenciones ocultas.

Desde el punto de vista meramente formal, y a pesar de una duración bastante ajustada, Sanctuary puede llegar a hacerse algo pesada con tanto diálogo, tan escaso elenco y una sola localización. Es de esas cintas que parecen guardar algo verdaderamente relevante en sus entrañas, y uno se remueve en el asiento esperando que le golpeen antes o después. Lo malo es que ese golpe nunca llega, realmente no hay nada especialmente turbio o perturbador que revelar; lo que pueda tildarse así es parte del propio desarrollo de la historia, y está lejos de ser traumatizante.

Estamos ante un relato retorcido, sí, pero nada que ver con Polanski o Hanecke, por ejemplo. No hay efectismos ni se busca una atmósfera malsana que nos haga sentir incómodos. Sólo un pobre diablo deprimido por tocarle la lotería, a más de uno le pondrá de los nervios la sola idea. La pareja protagonista lo borda, eso sí, en especial Margaret Qualley, que gana la partida con soltura en este duelo teatral. Porque ver esta película es como como ir al teatro. Veanla con esa mentalidad.