Poco ambicioso largometraje que trata de combinar los monstruos internos de las personas con otros más mitológicos y convencionales. En un deprimido pueblo de Oregón una profesora traumatizada por su pasado se interesa por un alumno con pinta bastante creepy. Poco a poco van sucediendo macabros hechos que revelan un secreto que el niño guarda en casa.

La película tiene una estupenda fotografía, con tonos grisáceos y mortecinos de paisajes eternamente nublados. Las escenas diurnas son ecomiables por ese aspecto, mientras que en las nocturnas y las filmadas en entornos cerrados no se ve un pimiento. Cosas del bajo presupuesto. El guión apenas arriesga una miaja, avanzando por terrenos demasiado transitados: la protagonista con trauma que quiere extrapolarlo a todo; la contraparte masculina, en esta ocasión el hermano, la autoridad del pueblo; el acoso escolar al rarito, los extras que sabes que palmarán...

En el prólogo nos sueltan unas frases que aluden a la relación entre lo que veremos y la forma en que tratamos al planeta, pero luego ese mensaje ecologista se desvanece para dejarnos ante una monster movie de libro. Pero insatisfactoria, ya que al bicho se le ve bien poco, lo cual es una lástima porque su diseño prometía. La principal reflexión que nos deja es que la familia es lo primero, y que no importa en lo que se conviertan ni el reguero de cadáveres que deje a su paso: la familia debe permanecer unida. En fin, como decía, buenos exteriores.