Película que parece escrita para un Bill Murray en su esplendor, y no para el irreverente Ricky Gervais. En una sociedad donde no existe la mentira, un hombre descubre que no diciendo la verdad consigue prosperar. A partir de ahí, mentira tras mentira, se le considerará casi un mesías.

Es una pena que Gervais no se lanzara de cabeza hacia la comedia más ácida. Tiene algunos toques, pero en general trata de mantener las formas. Incluso cuando arremete de lleno contra la religión, parece hacerlo sin
mordiente, como pidiendo perdón. Le faltan toneladas de mala leche, y su personaje es demasiado blandengue. Se queda entre dos aguas, quiere ser corrosiva pero sin entrar en exceso en la incorrección política. Y en comedia, o vas a por todas o solo eres uno más. Tal vez un Gervais en sus salsa británica se hubiera atrevido a más, pero al público usamericano no le puedes tratar de la misma manera si quieres difusión.

A tal punto llega la cosa que encontramos trazas romanticoides, lo que conlleva algunos bostezos. La falta de gamberrismo, que solo encontramos a ráfagas, y la pretensión de agradar al mayor porcentaje de público posible, la terminan de hundir. Unos pocos golpes no la salvan de un simple aprobado raspado, lo cual es lamentable, porque había mimbres para más.