Lo que parecía un pasarratos para toda la familia en realidad se revela como una apreciable comedia de aventuras, fantasía y superación personal. Tras una catástrofe medioambiental que ha convertido a insectos y pequeños animales en criaturas monstruosas, la raza humana se sobrevive oculta en en pequeñas colonias. Este contexto, un joven pusilánime tratará de superar sus miedos y reencontrarse con el amor de su vida.

Como película de subgénero post apocalíptico no ofrece demasiadas novedades. Como film de monstruos cuenta con unos CGI bastante solventes y los bicharracos lucen bastante reales. La historia se basa en el crecimiento personal que sufre el protagonista, un pobre mierder que se ve obligado a enfrentarse a toda clase de peligros si quiere volver a encontrar aquello que una vez dio sentido a su vida. Esto de la historia de crecimiento personal y la superación no es nuevo, aunque advierto un enfoque de cariz optimista sobre el ser humano que no viene nada mal en estos tiempos pandémicos. La moraleja viene a transitar por ese camino, lo que resulta refrescante dado el paisaje de pesimismo que parece envolverlo todo.

La construcción del personaje principal es correcta, aunque la composición de Dylan O'Brien me parece demasiado bobalicona y por momentos se me hace poco soportable. Uno de los atractivos es la presencia de Michael Rooker, pero su tiempo en escena se torna escaso. Su socarrón personaje y la niña que le acompaña merecían más minutos en pantalla. Aunque es una comedia no se hace mucho hincapié en esa faceta, echándose de menos algo más corrosivo y menos blanco. Y el romance, por suerte, ocupa muy pocos minutos de metraje. Un personaje canino genial completa un menú que se puede ver en familia sin que los adultos sientan que están ante un producto juvenil. Recomendada.