Supuesto thriller claustrofóbico que lo único que produce es el deseo de que le hubieran recortado al menos media hora. Un mafioso y un asesino a sueldo acaban encerrados en dos celdas distintas de la misma comisaría. Tienen una relación particular y cada uno de ellos intenta convencer a una joven oficial de policía de que él debe ser liberado antes de las cosas se compliquen todavía más.

Empezamos con una tipografías en los créditos iniciales y una musiquilla que nos retrotrae a los años 70. Ahí se queda el ejercicio revival, porque el relato podría haber estado enmarcado en cualquier década. Tantos minutos transcurren en esta película sin que pase nada relevante que cuando empieza a ocurrir ya uno la tiene al borde del suspenso. Cháchara interminable pero sin diálogos destacables, idas y venidas de los clásicos policías gordos y/o indolentes y una trama que avanza a rastras en espera, no se, de un estallido de acción o de algo que reviente la medianía que estás presenciando. No hay escalada de tensión ni crescendo sostenido que justifique tanto tiempo sin que pase nada.

Y cuando por fin sucede, pues tampoco es nada del otro jueves. Los tiroteos no tienen nada de vistosidad, ni coreografías ni tratamiento estético que destacar. A eso le añadimos un fuego digital digno de app de móvil y unos personajes que reciben disparos y mueren ipso facto o continúan dando guerra en función del sueldo de cada actor. A pesar del orden en que aparecen los intérpretes en los créditos, la verdadera protagonista y único personaje interesante es Valerie, interpretada por la actriz Alexis Coulder, injustamente relegada en la ficha, como si fuese una figurante. De los dos supuestos dos protas principales, Grillo goza de más tiempo en pantalla mientras que Butler parece un secundario. La verdad es que hay poco que destacar y hubiera preferido ver otra cosa.