Con una edad ya excesiva para mi gusto, y en un tiempo impensado para ello, me recuentro de pronto con el mejor cine bélico que vieron mis ojos; donde Spielberg nos introduce en el alma del soldado mientras nos describe con realismo y crudeza toda la maquinaría destructiva de la guerra, y nos envía -como sólo este director sabe hacer- al país donde habita el llanto sin que se atisbe un mínimo gramo de rubor o de vergüenza.

He intentado buscar comparaciones en el cine pasado, en aquel cine de guerra tan demando en otras épocas, pero no hallo nada comparable; encuentro buenas películas y bellos recuerdos pero no veo nada con que decirles: “pues aquella era mejor, tal otra era más espectacular”. Ni tan siquiera “Senderos de gloria” o “Tora! Tora! Tora!”, cada una en su espectro, puedo ponerles como ejemplo pese a que la primera casi se eleva al mismo escalón sentimental y la segunda casi alcanza su espectacularidad, pero créanme la impronta que me dejó “Salvar al soldado Ryan” va ser difícil de igualar.

Sé que debería haberles hablado del esplendido trabajo de sus actores, especialmente del de su protagonista -Tom Hanks-, o de su bien elaborado guión donde el relato se entrelaza a la perfección entre los hitos que lo definen; pero cuando una película me maravilla y me enternece me dejan de importar las técnicas que hicieron esto posible y me limito a amarlas como impúber recién enamorado.