Hacía ya muchos años que no había vuelto a ver "La diligencia", hasta que hace unos días logré hacerme con una copia -no demasiado buena, por cierto-, sentándome a verla sin mucho entusiasmo, pensando que me defraudaría, que hallaría una cinta superada por el tiempo, la que sólo permanecería hermosa para mi nostalgia y memoria. Pero de pronto me hallo ante una de las mejores películas, si no la mejor, que he visto en muchísimo, muchísimo tiempo, una película tan actual que cuando escucho las diatribas que el personaje del corrupto banquero vierte hacia el país y su gobierno, creo estar leyendo un tuit de hace unos minutos, leer un artículo de opinión de la prensa de ayer o haber conectado con una tertulia de radio o televisión. Me encuentro con unos personajes tan bien definidos, que me provocan eterna ternura, como el tahúr que de pronto recuerda... que hubo una vez; en que fue un caballero, como el doctor, filósofo y borracho, que reencuentra un orgullo que se dejó en algún jalón del camino, como la prostituta que tras ser humillada reencuentra la senda de la dignidad, como la digna y altiva señora que se ve superada por la situación. Pero sobre todo me reencuentro en mitad de un camino con el sol a su espalda a un personaje ataviado con un sombrero, una camisa y un winchester que le acompañarían durante tantísimas películas, naturalmente; hablo de Ringo y de John Wayne.

“La diligencia” es el renacer del cine del oeste, de un cine que por aquellos años era ya sólo una serie B, donde, salvo raras excepciones, se repetían relatos simples y huecos como simple excusa para rodar persecuciones a caballo, duelos a pistola y demás tópicos del género. Aunque quizá más que un renacer sea una refundación, invirtiendo la carga de la prueba; en vez del relato como excusa para la acción, la acción y toda la tramoya del género, sólo sirve como escenario para narrarnos grandiosas historias repletas de personajes carismáticos. Y creo que en “La diligencia” no sólo se inicia este nuevo género sino que se rueda la mejor película que en él se hubo filmado.

Y también destaca por su sentido del humor, un humor sumamente sano, de ese que hace sonreír sin necesidad de herir sensibilidades, humor cuyo punto de anclaje pivota alrededor del personaje del mayoral (conductor de la diligencia).

Cuando veo esta clase de películas, es una de las escasas ocasiones en que no envidio la juventud, y me alegra tener los años suficientes como para ser capaz de apreciar el blanco y negro; de sumergirme en sus tonalidades, no sólo no echando de menos el color, sino que disfrutando con ellas.

Pero además de todo, es una magnífica película de acción. El asalto de los apaches a la diligencia es proverbial, no en vano es una de las mejores escenas de la historia del cine, repleta de secuencias que crearon escuela, donde pese al tiempo que ha pasado, apenas se nota la cámara rápida o los cambios de plano; entre los que destacan los de aquellos especialistas saltando entre las cuadrigas de la diligencia o cayendo del caballo. Y ya tras esto quedé boquiabierto y profundamente admirado; acababa de ver una película inconmensurable, una película bellísima, una película que me cautivo no porque ya lo hizo cuando los recuerdos se cosen con hilos de oro en los forros de nuestra memoria sino por su profundo relato, por sus personajes insondables, por su realización vivaz y técnicamente irreprochable y porque acarició mi alma cuando ya creía que ninguna obra cinematográfica lograría hacerlo.

Terminaré ofreciéndoles una lista de personajes -de viajeros- junto al actor o actriz que lo representa:

-Ringo (John Wayne)
-Dallas (Claire Trevor)
-El doctor (Thomas Mitchell)
-El tahúr (John Carradine)
-El sheriff (George Bancroft)
-El mayoral (Andy Devine)
-La dama (Louise Platt)
-El banquero (Berton Churchill)
-El viajante de licores (Donald Meek)