Una lección magistral de cine. Una partitura musical perfecta. Unos actores en estado de gracia. La mejor película de Shyamalan sin duda alguna, donde se une una historia única y original, con un ritmo y unas sensaciones a flor de piel que te envuelven desde el minuto 1, con Bruce Willis, ese héroe anónimo, imperfecto, un hombre corriente que se empieza a cuestionar los factores extraordinarios que condicionan su vida desde que era un chaval joven, promesa del deporte, hasta un simple guardia de seguridad venido a menos. Por amor.
Un Samuel L. Jackson inmenso, creando un personaje sin igual, condicionado a su vez por factores extraordinarios que han llevado su vida por un camino muy diferente, pero paralelo al de nuestro protagonista.
Y el resultado es una película realista de superhéroes, si es que esos dos términos pueden juntarse en una misma frase, que sea únicamente para describir éste film. Tiene algunas de las secuencias mejor filmadas de la historia del cine ( ese héroe llevando en brazos a su amada, ése plano de un regalo que se retuerce, la opresión de los ángulos en determinada secuencia de tensión), y lo más importante: es el cénit del talento cinematográfico de su director, que desde entonces no ha podido encontrar ni la sombra de la magnificencia de esta obra de arte.
Aquí no hay hombres musculosos en trajes de colores, ni mujeres de anuncio embutidas en llamativos bodies de cuero, ni explosiones gigantescas ni monstruos grandes como montañas. Sólo un hombre que se da cuenta de quien es de verdad, de lo que debe hacer, y decide afrontarlo. Y eso, en la vida real, es mucho más heróico que mil invasiones alienígenas, que poderes infinitos y que todos los superhéroes de todos los universos conocidos.