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España España · Madrid
Voto de Mogwai:
8
7,4
5.291
Documental Alemania, año 1934. Adolf Hitler acababa de llegar al poder un año antes. En Nuremberg, el partido nacionalsocialista celebra un triunfalista y patriótico congreso en el que se exaltan los valores del pueblo alemán y la raza aria. (FILMAFFINITY)
24 de agosto de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Probablemente la película de propaganda más famosa, infame e importante de la historia. Fue un encargo personal de Hitler a Leni (puenteando a Goebbels, por cierto, lo cual no le sentó especialmente bien; al contrario de lo que dicen por ahí, al enjuto ministro de propaganda no le gustó nada la película) y se convirtió en visionado obligado de los niños en el colegio durante la siguiente década. Fue un elemento imprescindible en la fábrica de nazis. Y sigue siendo alabada en parte por sus logros técnicos: nada que discutir al respecto, es una maravilla técnica y estética, llena de imágenes memorables que marcarían escuela y con un montaje quasiperfecto. También es, la verdad, un poco aburrida (al final son dos horas de desfiles, revistas y marchas militares con discursos). Pero me ha sorprendido (y esto hay que cogerlo con pinzas) lo curiosamente poco “ideológica” que es. Apología y glorificación total del nazismo, sí, pero salvo el discurso final de Hitler en la clausura del congreso la realidad es que hay más bien poco contenido político (la mayoría del resto de discursos son breves, simplones y genéricos). Propaganda mal hecha y poca oratoria. ¿Dónde está su poder entonces? En la fuerza bruta. Es una glorificación del nazismo no por la vía de su discurso o sus ideas sino de su poder físico puro: las aglomeraciones de decenas de miles de personas en perfecta sintonía física, las marchas, los gritos, los gestos sectarios, las amenazas, los cañonazos, el mar de banderas, las insignias, las catedrales de luz… el objetivo no era convencer sino fascinar. Y no es de extrañar que lo consiguiese porque, visualmente, sigue siendo una película sencillamente apabullante. El sentido geométrico de Leni Riefenstahl filmando el movimiento las masas es increíble (por cierto, cierto señor barbudo de San Francisco reconoció haberse inspirado en ello para sus propios “storm troopers” de cierto imperio maligno) y la forma de usar el montaje para poner a Hitler en el centro de toda la acción, aun sin hacer nada, aun siendo un fotograma congelado en alguna escena, magistral.
¿Sigue teniendo relevancia hoy en día? Para mí, mucha. Por supuesto está el innegable interés histórico (desde esas imágenes aéreas de un impoluto casco antiguo de Nüremberg antes de los bombardeos o esa arquitectura funeraria megalomaníaca de Albert Speer en pleno esplendor al registro en vivo de personajes tan decisivos en la historia del siglo XX) pero hay, sobre todo, un interés humanista: presenciar de primera mano, y sin ficciones, lo bajo que puede llegar a caer el ser humano. Y, sobre todo, identificar cómo se llega ahí. No es que sea precisamente un gran aficionado a los grandes actos públicos, el orgullo nacional, la cultura identitaria, las exhibiciones militares o el tradicionalismo, pero esta película ayuda a no tocar ni con un palo nada relacionado con lo anterior, a ver sin filtros la absoluta locura de la masa cuando se le da rienda suelta (también llamada “libertad o comunismo”) para actuar dejando de lado los principios morales y la ética individual para ocultar sus crímenes en la mayoría. Es un retrato escalofriante de lo que pasó que radiografía las señales, tan obvias como aparentemente desconocidas, para saber lo que puede llegar después e intentar evitarlo mientras aún estamos a tiempo.
Y, sobre todo y a modo personal, es un registro criminal de sus autores. No sólo de sus responsables políticos o militares conocidos, también de esa señora con bebé en brazos que se acerca a entregar una corona de flores a Adolfito, esa pareja joven que no evita la llorera ante la vista del amado líder, esos niños prepúberes que disfrutan con la autoridad absoluta de juguete que les han dado, esas familias con parálisis muscular en el brazo derecho que abarrotan ventanas y azoteas con entusiasmo infinito. Para los negacionistas, los que exculpan a los que colaboran con el horror porque todo el mundo hacía lo mismo, los que nunca fueron fascistas pero no podían hacer otra cosa, los que no les importa porque al menos saben gestionar, los que miran siempre a otra parte. Ahí los tenemos a todos, inmortalizados con su culpa para la eternidad. La película de propaganda definitiva convertida en el mejor documento para desautorizar a sus responsables. Una película necesaria para tener cautela, para reflexionar, para no dejarnos llevar por el odio. Aunque sea sólo por no quedar retratados así para la posteridad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Mogwai
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