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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
7
Drama El inmortal texto de William Shakespeare sobre los celos según Orson Welles. (FILMAFFINITY)
25 de diciembre de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“The Tragedy of Othello: The Moor of Venice” constituye un inapelable milagro cinematográfico. Sólo un genio con la determinación —por no recurrir a un término más grueso— de Orson Welles podría haberse sobrepuesto a tamaño sinfín de dificultades, zancadillas y puñaladas traperas —dignas en sí mismas de una obra de Shakespeare— para traducir las palabras del “Bardo” en clave expresionista.
Respecto a las complicaciones financieras a que hubo de hacer frente —la película acabó siendo autoproducida y apátrida, compitiendo en Cannes (y ganando) bajo bandera marroquí—, el propio Welles las desgrana con cínica fruición en el documental que dirigió para la televisión de la RFA “Erinnerungen an Othello” (Filming Othello, 1978), por lo que no parece necesario extenderse en exceso. Si bien conviene denunciar, de nuevo y tantas veces como sea menester, la mezquindad con que la industria americana trató al que seguramente haya sido, junto a John Ford, su cineasta más brillante, obligándolo a un vergonzante exilio artístico cuya primera parada fue esta “Othello”.
Posiblemente sea en las estrecheces presupuestarias donde haya que buscar el motivo para la apuesta, arriesgada —por anacrónica— y sin embargo muy afortunada, que Welles hace por una plástica en evidente deuda con el expresionismo. El fecundo movimiento alemán de los años veinte debía buena parte de su innovadora imaginería a la necesidad de disimular escenografías muy precarias. Esfumados los patrocionios, Welles debió de encontrarse con un problema bastante similar, pues la película se rodó a salto de mata a lo largo de cuatro años, cuando lograba reunir el dinero suficiente para retomarla. Dichas penurias explicarían asimismo cierta inconexión, próxima incluso al fallo de “raccord”, de que adolece “Othello”. No obstante, tal discontinuidad coadyuva sobremanera a recrear la mente en ruinas de su protagonista.
Insisto en que, contra lo que la lógica invita a creer, la radical opción estética supone un acierto fuera de toda duda. O quizá no resulte tan sorprendente, ya que, escrita en 1603, “Otelo” se cuenta entre los textos más sombríos de su autor. Se antoja hasta un punto psicoanalítica “avant la lettre”. Las angulaciones forzadas —rayanas en la contractura—, encuadres imposibles y abruptos claroscuros hacen de la tragedia original una pesadilla inolvidable, de una modernidad formal y un vigor visual pocas veces vistos en pantalla. Una gozada enfermiza, una experiencia necesaria. En fin, creo que no peco de entusiasta si afirmo que, pese a no faltar los ejemplos —sólo de “Otelo” hay nueve versiones—, estamos ante la mejor adaptación de Shakespeare nunca realizada.
Carorpar
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