A Mike Flanagan la pericia técnica no se le discute, menos aún tras la reciente “The Haunting of Hill House” (La maldición de Hill House, 2018), una de las más gratas sorpresas de este año. A la luz de su carrera hasta la fecha –nacido en 1978, es un director joven, todavía en formación–, se trata de lo que antes se conocía como un “artesano”, sin el menosprecio que el epíteto parece traslucir. De hecho, si no se tuerce –la mencionada “The Haunting of Hill House” invita al optimismo–, no resultaría descabellado tener a Flanagan por una especie de Roger Corman de la era digital. Esta “Hush” es una película impecablemente filmada y que hace gala de un notable sentido del ritmo. Además, la economía de medios –cuatro actores, un único escenario y tiempo real–, despiertan la simpatía, algo paternalista, que suelen merecer las voluntariosas producciones independientes. No obstante, una torpeza argumental sin paliativos eclipsa todo lo que de positivo pudiera haber albergado. De ello cabe también responsabilizar a Flanagan, en tanto en cuanto firmante del pérfido guión; eso sí, a medias con su esposa y aquí sufrida protagonista, Kate Siegel.
Sucede que el psicópata de turno tiene un problema mayor que su irrefrenable pulsión asesina: es simple y llanamente subnormal. En la cruda, prosaica vida real, la primera vez que agarró el cuchillo jamonero con aviesas intenciones alguien –su madre, su hermano mayor, su tutor legal– le habría dado un didáctico soplamocos para a continuación internarlo en un centro ocupacional o apuntarlo a un PCPI. Porque si hay algo incuestionable es que este pobre hombre para asesino en serie no vale. A partir de ahí, nada en “Hush” se antoja digno de ser tomado en serio, ni siquiera los esfuerzos –desoladoramente vanos– de Siegel por insuflar credibilidad a la indómita escritora sordomuda. La ardua y denodada insistencia de su personaje en hacerse matar topa con la incompetencia, igualmente contumaz, de su brutalizador, al que por muy poco no emula en estupidez. En esa tesitura, no tardo en olvidar los buenos malos ratos pasados viendo “The Haunting of Hill House” y fantasear con la posibilidad de atravesar la pantalla, como Jeff Daniels en “The Purple Rose of Cairo” (La rosa púrpura del Cairo, 1985), arrebatarles esa ballesta cuyo funcionamiento escapa a sus oligofrénicos entendimientos y poner punto final a tanto despropósito con sendos flechazos entre ceja y ceja. Vale, puede que el psicópata sea yo.