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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
10
Ciencia ficción. Acción Noviembre de 2019. A principios del siglo XXI, la poderosa Tyrell Corporation creó, gracias a los avances de la ingeniería genética, un robot llamado Nexus 6, un ser virtualmente idéntico al hombre pero superior a él en fuerza y agilidad, al que se dio el nombre de Replicante. Estos robots trabajaban como esclavos en las colonias exteriores de la Tierra. Después de la sangrienta rebelión de un equipo de Nexus-6, los Replicantes fueron ... [+]
6 de octubre de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Blade Runner” constituye un referente no sólo cinematográfico, sino estético y moral. Porque plantea una sugestiva reflexión acerca de las difusas lindes entre realidad y ensoñación. No deja tampoco indiferente la hipótesis de la singularidad y el consiguiente desarrollo de emociones por parte del androide, abordadas de manera algo más tosca —no por ello menos inquietante— en la asimismo icónica “The Terminator” (Terminator, 1984) y toda la saga inaugurada por ésta.
En cuanto a sus imágenes, casi cada encuadre de “Blade Runner” ha entrado a formar parte de la memoria colectiva. La malsana combinación de “noir” y “cyberpunk” es un hallazgo sencillamente glorioso. Además, ambas corrientes, que comparten, a priori, una voluntad rabiosamente “underground”, alcanzan aquí su cenit artístico, rayando a tal altura que ninguna de las incontables imitaciones posteriores ha logrado unos resultados siquiera equiparables. La decadente atmósfera generada por esa macedonia de neones titilantes, bruma séptica, pantallas gigantes y lluvia eterna impregna de melancolía a unos personajes, poliédricos y contradictorios; en fin, “más humanos que los propios humanos”
Ridley Scott hacía gala por entonces de una clara vocación artesanal. No en vano, con todo y ser una película de época, tanto las premisas como la ejecución de su opera prima, “The Duelists” (Los duelistas, 1977), estaban presididas por una bien entendida modestia. Lo mismo le sucedía a “Alien” (Alien, el octavo pasajero, 1979), “space horror” de serie B, conspicua y sin complejos, con la que empezó a sentar cátedra en el género. La paquidérmica Los Ángeles que sirve de marco a “Blade Runner” y cuyas hechuras entroncan de manera inconfundible con la “Metropolis” (idem, 1927) de Fritz Lang es un prodigio escenográfico a base de maquetas y trabajo de cámara. Cine puro y duro, anterior a las acomodaticias facilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, una gozada analógica como buena parte del instrumental que vemos emplear a lo largo de la película. De hecho, los decorados, de igual modo que algunos de los planos con que se fabricó el edulcorado final del primer montaje, son retales procedentes de otras producciones, sumados a un puñado de evocadoras localizaciones reales, lo cual explicaría, en parte, la delirante superposición de estilos arquitectónicos.
No quisiera poner punto final sin dedicar unas líneas al “score” compuesto por el otrora ubicuo Vangelis. La inolvidable orgía de sintetizadores en que nos sumerge tiene la particularidad de ser, a la vez, expresión de los gustos de su tiempo y anticipación de los del mundo que la película imaginaba—los hechos narrados en “Blade Runner” tienen lugar en 2019, pasado mañana apenas—. Por suerte, o eso me gustaría creer, el parecido entre ambos, ahora que el futuro está a punto de cogernos, no va mucho más allá del rescate de sonidos como los que dieron fama al músico griego. Aunque las imágenes de humanoides japoneses vistas cíclicamente en televisión dan bastante que pensar. Si bien no parece que, de momento, sueñen con ovejas eléctricas. En efecto, casi me despido sin mencionar la novela de Philip K. Dick en que la película se basa. Habría sido una negligencia imperdonable. Subsanada queda.
Carorpar
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