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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
6
Drama El 7 de octubre de 1944, los sonderkommandos judíos (los prisioneros mantenidos separados del resto y que trabajaban en la operación de las cámaras de gas y hornos crematorios) de Auschwitz organizaron un levantamiento. El sentimiento de culpa de estos hombres, que además reciben un 'trato de favor' por parte de los nazis, les llevará a plantearse un motín como forma de redención. Las prisioneras habían logrado extraer explosivos de una ... [+]
9 de julio de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en el libro autobiográfico del doctor Miklos Nyiszli, la de Tim Blake Nelson es una aproximación descarnada, durísima al no muy conocido fenómeno de los “sonderkommandos”. Tanto es así que su título va más allá de la metáfora —a priori, pensé que tendría relación con la “banalidad del mal” que definiera Hannah Arendt— hasta hacerse horror explícito, sin veladuras retóricas, en una revelación final que acaba por derribar la poca entereza que le quede en pie al espectador más aguerrido.
Con independencia de sus virtudes cinematográficas, que no le faltan —la sequedad de su puesta en escena, prescindiendo de cualquier elemento accesorio; y un Harvey Keitel, como siempre, de antología—, “The Grey Zone” tiene valor en tanto reflexión ética. Y qué reflexión: en determinadas circunstancias y habida cuenta de las contraprestraciones implicadas, ¿hasta qué punto es lícito mantenerse vivo?
¿Cuánta culpabilidad tuvieron los judíos que ordenaban el tráfico camino de las “duchas”, para luego meter los cadáveres a paletadas en los crematorios? ¿Y el propio Nyiszli, colaborador en las aberraciones de Josef Mengele a fin de mantener vivas a su esposa e hija? ¿O no tuvieron ninguna, porque también ellos estaban muertos? Y, precisamente por esto último, ¿por qué, de los trece “sonderkommandos” que operaron en Auschwitz, sólo el decimosegundo se rebeló?
Las preguntas son infinitas, quizá debido a que es muy difícil, por no decir imposible, dar con una respuesta categórica a este respecto. O sí, y consiste en asumir que, en efecto, no la hay y que la supervivencia propia queda fuera del alcance de cualquier disquisición moral. En palabras de Wittgenstein, “de lo que no se puede hablar es mejor no decir nada”. O en las del grupo Reincidentes, cuando cantaba aquello de “¿Quién juzgará las razones de conciencia?” para, poco después, añadir: “¿Quién decidirá qué valores no son humanos?”.
En fin, que los toros se ven muy bien desde la barrera, todos somos seleccionadores nacionales y hasta el más tonto hace relojes. Porque ninguno nos hemos visto obligados a habitar “la zona gris”. Qué suerte la nuestra.
Carorpar
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