Obra maestra de ese irlandés que decía llamarse John Ford y hacer "westerns". Con su "Stagecoach" no sólo revitaliza un género, sino que alumbra también el cine moderno. Casi nada. Si de otras películas me he atrevido a decir que trascienden lo cinematográfico para adentrarse en lo icónico, de "La diligencia" puede afirmarse que es un icono en sí misma.
Nace además el arquetipo cinematográfico del "cowboy", y con él el titán John Wayne. No conozco, no existe, otra irrupción como la suya. En la película, en el cine, en nuestras vidas. El disparo de un rifle y Ringo Kid recargando a lo lejos. El objetivo se le acerca vertiginosamente, la imagen se desenfoca- aún a sabiendas de ello, Ford se negó a repetir la toma-. Cuando vuelve a enfocar se nos revela el joven rostro de Duke. Sin conciencia, muy probablemente, de haber entrado a formar parte del imaginario universal, de la historia.
Inspirada en el relato "Bola de sebo" de Guy de Maupassant, narra el viaje por territorio apache de una diligencia cuyo pasaje constituye un acertado microcosmos del salvaje oeste americano. Así, junto al mencionado vaquero Ringo Kid, encontramos a una prostituta, a una dama sureña, a un médico borrachín, a un jugador, a un marchante de whisky, a un banquero corrupto, a un "sheriff" y al propio cochero. Fuera, más allá de los estrechos límites de civilización y de la endeble seguridad que proporciona el vehículo, esperan, agazapados, "los otros", los indios. Ni que decir tiene que Ford logra armonizar suspense y estudio de tipos con brillantez inaudita.
Florecen también el sentido del humor, los punzantes diálogos y el poderoso ritmo que se convertirían en marca de la casa. Mención aparte merece la escena de la persecución de la diligencia por parte de los apaches, de un mérito técnico admirable.
"Lo que el viento se llevó" arrasó la cosecha de oscars de 1939. Vistas ambas con la perspectiva del tiempo y de la significación artística, y sin restarle méritos a aquélla, "La diligencia", creo, la supera de largo.