Creando cine nadie te obliga a nada: puedes posicionarte en un realismo lento o en una trepidante ficción: parece que en las películas intelectuales las prisas están de más, pero reclamo mi derecho a que no me guste; a aburrirme. El tiempo es una herramienta, pero no puede ser tu única herramienta (y Bergman cuenta con muchas, pero abusa de la pausa contemplativa). Los últimos 20 minutos cierran con buen trazo lo construido entre esas pausas, y confluye a mejor ritmo, con un realismo mágico muy adecuado para tratar temas como la muerte, y dejan un buen sabor de boca que me habría perdido si hubiera seguido mis instintos de abandonar la película cuantas veces lo pensé.
Complementariamente las actrices hacen un trabajo fabuloso en unos papeles difíciles, y la fotografía ya sabe todo el mundo que es maravillosa, la banda sonora aburridamente adecuada, y el guión osado pero insuficiente.