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España España · Zaragoza
Voto de Juan Solo:
10
Drama En la Roma de la posguerra, Antonio, un obrero en paro, consigue un sencillo trabajo pegando carteles a condición de que posea una bicicleta. De ese modo, a duras penas consigue comprarse una, pero en su primer día de trabajo se la roban. Es así como comienza toda la aventura de Antonio junto con su hijo Bruno por recuperar su bicicleta mientras su esposa María espera en casa junto con su otro hijo. (FILMAFFINITY)
5 de abril de 2019
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede que nunca hayamos visto retratado el sufrimiento humano en una pantalla de cine como lo vemos plasmado en las películas del neorrealismo italiano con Ladrón de bicicletas a la cabeza. El equilibrio de fuerzas entre el sentimentalismo y lo patético de la realidad que se describe es absoluto. Hay algo de chaplinesco en la figura de este primer De Sica neorrealista., la imagen del hijo aceptando las enseñanzas del padre que se nos muestra en esta película subvierte la que nos presentaba el creador de Charlot en su obra maestra El chico (1921). Allí, el vagabundo enseñaba a su pupilo a usar la astucia y la picaresca como únicas armas para manejarse en la vida; el aprendizaje del pequeño Bruno en el caso italiano resulta ser un proceso traumático, pues no son esos los valores que en principio pretende inculcarle su progenitor.

De Sica parece jugárselo todo a la carta de esa última escena con ese niño agarrando con fuerza la mano de su padre, como buscando un refugio que el mundo no da. Bruno acaba de recibir la lección más dolorosa, y de parte de quien menos lo esperaba además. Su padre podrá seguir siendo un hombre íntegro –sus lágrimas le delatan-, pero, en cualquier caso ni más ni menos que la mayoría de las gentes que forman la multitud entre la que se pierde la pareja en el plano final de la película. El mundo es un lugar injusto y los pobres no se pueden permitir el lujo de perder lo único que tienen, la dignidad.

Es la relación entrañable entre padre e hijo, sus miradas, sus conversaciones, su complicidad, lo que sostiene y se convierte finalmente en el motor de la película. Dentro de un cine con clara vocación documental - con su consiguiente profusión de grandes panorámicas y planos secuencia-, la cámara se detiene continuamente en los rostros de sus protagonistas para captar en todo momento sus emociones.

Como un rasgo distintivo que caracteriza la técnica neorrealista, De Sica buscó a los actores de su película entre gente anónima y fuera de la profesión. Cualquiera lo diría viendo actuar a Lamberto Maggiorani (Antonio), Enzo Stailoa (Bruno) y a Lianella Carell (María) a quienes vemos manejarse en escena con una soltura asombrosa, transmitiendo verdad como pocas veces se ha visto en el cine. Lamberto Maggiorani, por ejemplo, trabajaba de tornero en una fábrica cuando fue elegido para aparecer en la película, y posteriormente tendría una efímera carrera como actor. Ignoro si De Sica lo escogió por su parecido con el Henry Fonda de Las uvas de la ira (John Ford, 1940), pero lo cierto es que tanto su aspecto desgarbado como esa mirada transparente en la que se refleja en todo momento la dignidad, hacen recordar bastante al personaje de Tom Joad al que dio vida el actor norteamericano en la adaptación fordiana de la novela de Steinbeck. Para elegir a Bruno, el director se fijó en los andares de los niños que se presentaron al casting, y acabó decantándose por Enzo Staiola, sin saber aún que terminaría robándonos el corazón


De Sica se apoya en el texto de Luigi Bartolini para completar la fotografía de la Roma asolada por la guerra. La bicicleta es símbolo de libertad -su uso estaba restringido durante la ocupación- en un ambiente donde la miseria no solo es económica sino también moral (hay una escena en un burdel, un hombre se acerca a Bruno en la secuencia del rastrillo ofreciéndose para comprarle algo con no se sabe qué intención más). Es posible que el mensaje de la película no se entendiese bien en su tiempo, Y si se entendió se tergiversó de forma aviesa. La censura franquista ordenó alterar en el doblaje español algunos diálogos por considerarlos poco adecuados, e impuso que durante la escena final se escuchase una voz en off que ayudase a suavizar la crudeza del desenlace, y obligase al espectador a enjuiciar la película desde la perspectiva de la moral cristiana, algo totalmente opuesto a las intenciones de su director

Lo cierto es que el final resulta demoledor y da para pocas lecturas positivas y en clave de esperanza. Como dijimos, el mundo es un lugar terriblemente injusto, aunque lo más cruel de todo es que, como afirmó Andre Bazin a propósito del film, para subsistir los obreros tengan que robarse unos a otros. O dicho de otro modo como lectura subyacente, sale menos a cuenta robar una bicicleta o una barra de pan en un supermercado que defraudar al fisco o hacer un desfalco de millones en una gran empresa. Ladrón de bicicletas es una película desoladora, para mí personalmente, la película más triste del mundo.
Juan Solo
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