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España España · Barcelona
Voto de Maximillian:
10
Terror El conde Drácula decide abandonar su castillo de los Cárpatos y establecerse en Occidente. Pronto conoce a una joven de quien se enamora y a la que visita por las noches. Esta alarmante situación hace que la familia de la chica busque la ayuda del doctor Van Helsing. (FILMAFFINITY)
18 de noviembre de 2020
20 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
H.P.Lovecraft afirmaba que la más antigua y poderosa emoción de la humanidad era el miedo, que la clase más antigua y poderosa de miedo era el temor a lo desconocido y que el aspecto más esencial para narrar una historia de miedo, era la creación de una atmósfera adecuada.

Parece que Terence Fisher conocía y ponía en práctica estos preceptos porque toda su filmografía cumple rigurosamente con este ideario y especialmente su tríptico sobre el vampirismo, formado por “Drácula” (1958), "Las novias de Drácula" (1960) y "Drácula, príncipe de las tinieblas"(1966).

Para empezar, el Drácula interpretado magistralmente por un sobrecogedor Christopher Lee, ya no es el monstruo deforme creado por Murnau en 1922, ni el seductor de ultratumba que pretendía ser Bela Lugosi en 1931, tampoco se parece al héroe romántico que Badham (1979) y Coppola (1992) crearían con posterioridad.

El Drácula de Fisher y Lee es la auténtica encarnación del mal, un mal que se expone sin tapujos ante la cámara desterrando cualquier posible interpretación psicológica, un mal explícito que muestra sin rubor los colmillos y la sangre, un monstruo astuto y cruel, sin posibilidad de redención, capaz de las mayores atrocidades cuyo único fin es saciar sus deseos de sangre.

Como encarnación del mal, podría llegar a representar el superhombre nietzscheano que renuncia a sus privilegios de clase para oponerse a las estructuras de poder político o religioso y a las convenciones sociales establecidas, intentando siempre profanarlas, transgredirlas y corromperlas, convirtiéndose así en el vehículo para descubrir la miseria de la doble moral y de la hipocresía de quienes le combaten.

En este sentido es sintomático que Drácula halle refugio en los sótanos de la mansión de sus perseguidores, donde estará más cerca de sus víctimas, encubierto por ellas mismas, a la espera del efímero momento de gozar de su intimidad antes de sucumbir a una muerte horrible y a la condena de sus almas por toda la eternidad.

Frente a él, se opone la figura del Dr. Van Helsing, un investigador del vampirismo, de tintes calvinistas, casi un inquisidor, obsesionado con la destrucción del conde y de todo lo que representa en cuanto a transgresor del orden establecido, Peter Cushing presta su imagen al científico en una interpretación magistral.

Esta dicotomía entre el bien y el mal forma parte de la esencia de la novela original de Bram Stoker, por lo que debe alabarse su fidelidad al espíritu de ésta, si bien existen diferencias en el guion por razones meramente presupuestarias que no afectan a la lealtad a la obra original, por poner un ejemplo, es más fácil (barato) que los personajes no salgan de Rumanía en toda la historia, que reconstruir en un plató, el Londres decimonónico.

El filme está lleno de hallazgos visuales antológicos como las hojas que caen en el balcón de Lucy al anochecer, anunciando la llegada de su amante infernal o el movimiento de cámara desplazándose desde el dragón de las almenas del castillo hasta la mismísima cripta, prefigurando el viaje a las tinieblas que estamos a punto de emprender, pero el aspecto técnico que distingue a los filmes de Fisher es la importancia y el uso de la iluminación y del decorado.

La paleta cromática del filme está presidida por los colores de la capa del vampiro, el negro y el rojo predominan a lo largo de todo el metraje, el negro, representa el color de la muerte, del infierno y del mal y el rojo, el color de la sangre, del fuego, de la pasión y del deseo.

La escenografía está presentada por Fisher prestando mucha atención a la tridimensionalidad, un decorado laberíntico, pleno de objetos, columnas, pasadizos y recovecos, situados en diversos ángulos para que, desde cualquier punto del encuadre, pueda surgir la amenaza de lo oculto.

Con este Drácula de Fisher y Lee, creado en la mítica productora británica Hammer, el cine de terror y en concreto, el cine de vampiros, alcanza su mayoría de edad, dejando de reproducir viejas y trasnochadas leyendas centroeuropeas, para profundizar en aspectos mucho más interesantes y fascinantes:

El vampirismo como motor de la subversión del orden establecido y de los valores sociales tradicionales, así como espejo deformante de la sociedad que le teme y le combate.

La concepción del mal y de lo prohibido, como elemento perturbador, al percibirse como proyección de los propios deseos culpables.

La terrible maldición que subyace tras la promesa de la inmortalidad vampírica es en realidad la horrible condena a una soledad eterna.
Maximillian
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