La célebre frase del encabezado atribuida a W. Curchill, aunque siempre desmentida por el interesado, resume el sentir del film dirigido por F. Lloyd.
Película intensa de aventuras, pertinente, de ambientación muy cuidada y rodada con un magnífico lenguaje cinematográfico al servicio de una historia contundente.
El mar como dueño y árbitro de los destinos, el paraíso y el infierno mirándose cara a cara, los gestos de heroísmo y las dobleces de la cobardía se conjugan de babor a estribor todos los días.

Sobresaliente interpretación de un poderoso C. Laughton frente a la apostura de un atractivo C. Gable (ambos en la treintena) en un inolvidable duelo de gigantes.