Si existiera una clasificación de quienes dominaron el arte de ubicar la cámara en los mejores emplazamientos o de abrir y cerrar los objetivos para obtener resultados excelentes o de emplear los picados y contrapicados hasta la saciedad sin cansar al personal,, no cabe duda de que O. Welles -director, guionista y actor principal- ocuparía un lugar destacado en la lista.
Y en esta película acredita ese mérito.
En cuanto al argumento, la historia discurre por los pagos del sigilo ocultándose tras una barrera que apuesta por la singularidad, que no le importa romper con los cánones de la narrativa convencional y que posee ademanes deliberados de parodia.
Todo eso no debe extrañar proviniendo de un ego como el del cineasta de Wisconsin.
Ese era su privilegio.
Hay determinado tipo de películas que sólo pueden protagonizar con calidad quienes están preparados para ello.