La épica y el drama del mundo del circo saltaron a la pantalla en 1952, hace sesenta y ocho años, en una aventura grandiosa, seductora, absorbente y de enorme plasticidad para que nadie quedara indiferente.
La única opción es amar al circo después de ver la película.
El largometraje derrocha dinamismo, sentido estético, habilidad narrativa y la mano de C.B. DeMille aparece en cada detalle como un guiño de complicidad.
Cine familiar de alta escuela en la que el público adulto también puede sentirse orgulloso.
Documental y ficción se fusionan en equilibrio admirable.