Un humor sencillo, intuitivo y primario enseguida se asoma a la pantalla para disipar dudas acerca de la naturaleza del argumento: una estrambótica peripecia de corte histórico con tratamiento de ópera bufa.
En 1976 cualquiera pretexto era bueno para exhibir los puños de B. Spencer así que la trama se escribe casi sola: protagonismo absoluto para el actor, mamporros a barullo y ni un minuto de sosiego.
Se sucede un rosario de aventuras y de ocurrentes lances -de fortuna variable- hilvanados al albur de la complicidad medieval.
La ambientación es modesta pero adecuada, ofrece alguna pieza musical interesante y el espectador encuentra una película que en su momento pudo atraer la atención de determinado tipo de público pero que hoy está pasada de moda.
Aunque no se le puede negar cierta gracia.